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Todo explotó hace poco más de diez años. Fue eso: una explosión. Algo incontrolable, ruidoso, que se hace notar y que deja destrucción una vez que pasa el ruido y se disipa la nube de humo.
PSY tenía 35 años. De chico había querido cantar como su ídolo, Freddie Mercury. Pero no estaba dotado para eso. Suplió sus carencias rapeando en medio de las canciones. Supo que la voz no lo iba a consagrar por eso desarrolló aquello que le salía mejor: el baile. Cada canción tenía una coreografía específica. Fue una buena idea: eso fue lo que finalmente lo haría conocido en todo el mundo.
El cantante (o el performer) consiguió lo que cualquiera busca: un éxito global, el mayor éxito global. Y con eso: fama, dinero (mucho dinero), que las personas más reconocidas del planeta quieran sacarse una foto con él, multitudes que lo acompañan en cada movimiento. Y, obtuvo también, una insatisfacción feroz.
El Gangnam Style surgió sin que nadie lo esperara y su creador, PSY, supo que conseguir aquello que siempre había deseado, podía ser también una condena. Aunque en realidad, él no se había animado a soñar tanto: nadie es tan ambicioso ni siquiera en sueños. La canción quedó fuera de escala, rompió los parámetros.
Uno de los problemas de los fenómenos: el que los protagoniza no los reconoce como tales. Suele fundamentar lo sucedido en sus virtudes (reales, exageradas o inventadas: no importa) y no entender que lo que pasó fue fruto de una conjunción azarosa de factores que aunque se vuelvan a combinar en las mismas medidas ya no volverán a provocar el mismo efecto desmesurado. Eso es un fenómeno: dialoga con su tiempo de una manera perfecta pero algo irracional e inexplicable.
El 15 de julio de 2012 aparecía en Corea del Sur el single de un artista pop local de cierto nombre. Era el anticipo de su sexto álbum. PSY (por psycho) tenía unas módicas esperanzas. Entrar en los charts de su país, que el tema se instalara en las redes y así lograr que más público fuera a sus shows.
El aspecto de PSY, que hoy cumple 45 años, no era el de un galán de esos a los que el público sigue sin interesarle lo que canten, su voz lejos está de ser un prodigio y sus antecedentes no permitían creer que consiguiera algo más que repercusión en su país. No entra en el molde del típico ídolo teen del K-Pop. Pero su canción explotó gracias al video y en especial a la manera en que PSY bailaba en él: simular que se monta un caballo, cruzar los brazos por delante hasta levantar el derecho emulando el movimiento de un lazo.
Una base de música electrónica, un rapeo en coreano y un estribillo que repite el título de la canción. Nadie hubiera apostado a esa fórmula. Pero pasó lo que pasa en estas épocas. A alguien le parecieron divertidos los pasos del video y lo hizo circular por las redes sociales. Esa publicación se fue compartiendo hasta que también lo hizo algún famoso o algún influencer. El primer personaje célebre en comentarlo en las redes fue Robbie Williams. Al día siguiente, a las dos semanas del lanzamiento, el rapero T-Pain twiteó el video. De ahí al infinito. El efecto de viralización tomó una velocidad inusitada. En pocos días eran millones los que habían visto el video. En 15 días, los que veían el video por día eran 11 millones de personas. Quien pensó el término “viralizar” era un maestro de la precisión. Es fácil decirlo después de la pandemia en la que todos aprendimos algo de infectología. Primero un brote después la epidemia, la dispersión incontenible por todo el mundo.
Sigamos con los términos médicos. Uno de los síntomas más claros del cambio de época, de cómo los medios tradicionales ya no llevan la delantera, y que sólo replican fenómenos y modas que ya se instalaron y que ellos sólo reflejan tardíamente y para un público de bastante edad, es que la primera aparición de PSY en la televisión norteamericana llegó recién después de que el video alcanzara los mil millones de visitas en You Tube.
Gangnam Style se convirtió en la canción más reproducida en la historia de YouTube. En la actualidad está por alcanzar los 4.500 millones de reproducciones (solo la superó después See You Again de Wiz Khalifa con más de 5 mil millones). Y ese es un número que se puede duplicar si se le suman las versiones, los homenajes, las parodias, los que están subtitulados en diferentes idiomas y las apariciones televisivas en las que canta (y baila, claro) la canción.
Psy se transformó, impensadamente, en una estrella mundial. Apariciones en todo el mundo, dúos con Madonna, participaciones televisivas con Britney Spears, publicidades, recitales multitudinarios. Todos querían imitar su coreografía.
¿Cómo puede influir un éxito extraordinario en la vida de una persona? ¿Se conforma con lograr lo que nadie pudo antes, con alcanzar récords que poco tiempo atrás parecían imposibles? ¿Ese éxito lo inmoviliza? ¿Lo impulsa para buscar más? ¿Lo conforma para lo que sigue en su vida?
A veces un logro fenomenal se puede convertir en una condena. Se suelen promocionar, se suelen apreciar, las ventajas del triunfo. Fama, dinero, exposición, beneficios, prebendas, acceso a situaciones y personas que parecían inaccesibles. Pero también sobrevienen los problemas. Uno de esos, muchas veces menospreciado, es que la ambición no acostumbra a sosegarse. Siempre busca más. Y la distorsión del suceso irrepetible hace que cualquier cosa que venga después parezca poco. Todo se convierte en descenso, en una persecución imposible. ¿Qué más se puede conseguir? ¿Cómo hacerlo? ¿Dónde buscar satisfacción? Muchos son los que sucumben al éxito; o al menos los que tardan bastante en acomodarse y acostumbrarse. Michael Jackson no disfrutó de las decenas de millones de copias vendidas de Bad o Dangerous, dos de los grandes best- sellers de la historia del pop: vinieron después de Thriller. La proporción se había ido de su vida para siempre. Y ese desfase, ese corrimiento de los parámetros ocasiona, también, que la vida personal del artista quede deshecha.
Volvamos a nuestra canción: Gangnam es un barrio residencial de Seúl, uno de los más caros y exclusivos. La letra de la canción, según los que saben coreano y las traducciones que se pueden leer en la red, se burla de ese estilo de vida, parodia las costumbres de las clases altas. Caricaturiza a los residentes del barrio, alejados de los problemas y que miran con soberbia a los de su alrededor. Aunque también la canción muestra cómo los que no viven allí desean hacerlo.
Pero, lo cierto, es que casi nadie sabe lo que dice la letra mientras simula andar a caballo y que revolea un lazo por encima de su cabeza.
PSY -su nombre real es Park Jae-Sang- nació el 31 de diciembre de 1977 en una familia acomodada, de esas de las que se burla en su canción. Estudió música en Berklee e inició varias carreras universitarias que dejó truncas para dedicarse a la música pese al descontento de su familia.
Fue detenido algunas veces por sus problemas con el alcohol y las drogas y, también, por el intento de esquivar los dos años obligatorios de servicio militar que existen en Corea del Sur.
Obtuvo varios hits en Corea con sus cinco álbumes iniciales. Los dos primeros se vieron beneficiados por un intento de censura y por la polémica que se desató por lo que alguien consideró inapropiado en sus letras. Jugaba con la obscenidad, con la procacidad, con el escándalo. En sus piezas visuales también trataba de atraer la mirada de un público masivo sobre sus creaciones. Sus coreografías eran llamativas. En el video que todos vimos se abismó en el ridículo, extremó el límite. Tenía más posibilidades de que se rieran de él que de ser imitado. La apuesta le salió bien. Hizo saltar la banca. Buscó llamar la atención y, decididamente, lo consiguió. Otro signo de los tiempos: antes de su aparición, antes de que la creación haga su recorrido, nadie sabe si la obra será motivo de escarnio o de gloria. A veces pareciera que para conseguir la segunda habría que rozar la primera. Lo que es seguro es que para conseguir un éxito global hay que escaparle a la solemnidad.
En su vida se comprobó un lugar común. El pico profesional coincidió con sus momentos personales más bajos. El éxito le pasó factura a PSY: “Si estoy contento, tomo; si estoy triste, tomo; si llueve, tomo; si hay sol, tomo. Solo estoy sobrio cuando tengo resaca”, le dijo al Sunday Times unos años atrás. Su vida privada se convirtió en un pequeño infierno. Además de retomar su adicción al alcohol, la relación con su esposa se deshizo. La presión del éxito lo agobió. Pero principalmente lo preocupaba saber que había alcanzado la cima de su carrera. No podía disfrutar de lo que estaba viviendo porque sabía que ya no volvería a lograrlo, que eso sería imposible. Sin embargo, se puso esa presión encima. Quería, necesitaba repetir el fenómeno de Gangnam Style. Así fue como el lanzamiento de Gentlemen, la canción que siguió a su tema insignia, se convirtió en un rotundo fracaso. (Sólo) Para él. El video pasó los mil millones de reproducciones, una marca que solo cuarenta videos habían superado en toda la historia de YouTube. Y entró en el Guinness de los récords por ser el video más visto el mismo día en que fue subido. Un fracaso que a cualquiera le gustaría transitar. PSY había perdido la proporción y eso lo llevó a su caída personal. Nada era suficiente.
Replicar ese éxito era algo imposible. Por dimensiones y por la naturaleza del suceso. Gangnam Style fue un fenómeno. No responde a reglas, ni a una consecución de eventos diagramados. Buscando repetir el impacto sólo logró imitarse a sí mismo. Eso provocó que no se diera cuenta que con Gentlemen y sus mil millones de reproducciones, lo había hecho de nuevo. Pero esa canción y las siguientes sólo fueron una especie de resaca para él.
Todo el tiempo hablamos de reproducciones. Otro de los efectos de la canción y de su monumental difusión fue sincerar a la industria y sus mediciones. A partir de Gangnam Style se cambió la manera en que los rankings son confeccionados. Ya las ventas y las pasadas en las radios no son representativas del éxito de una canción. Las escuchas en streaming y las reproducciones de los videos son imprescindibles para conocer cuánto es escuchada una canción. Y Gangnam Style se escuchó durante años en cada rincón del mundo.
PSY fue también responsable de la difusión definitiva del K-Pop en todo el mundo. Fue el que abrió las compuertas para que se escuchara música cantada en otro idioma que no fuera el inglés.
Pese a la difusión de la canción, PSY, fuera de Corea, disfruta de un cierto anonimato. “Sin anteojos de sol, no me reconoce nadie. Para pasar desapercibido sólo tengo que guardar los lentes en mi saco”, dijo.
En Corea se presenta ante grandes auditorios. Pero en el resto del mundo, él sabe que carece de repertorio conocido para atraer multitudes en vivo: no puede cantar y bailar Gangnam Style durante una hora y media. “Los recitales son grandes fiestas, son para compartir, que todos sientan lo mismo en el mismo lugar. Tengo muchas canciones exitosas en Corea, pero aún necesito más hits a nivel global. Cuando considere que tengo suficientes canciones para compartir con mucha gente, voy a empezar a pensar en hacer conciertos en el extranjero” dijo en una entrevista.
El suceso de su canción (y su baile) no solo le sirvió para recaudar y hacerse mundialmente famoso. Su compatriota Ban-Ki Moon, el Secretario General de las Naciones Unidas lo designó embajador de Unicef.
La vida de Psy se aquietó en los últimos tiempos. La canción se convirtió en una referencia pop moderna, una especie de objeto de uso cotidiano, algo que (casi) todo el mundo conoce. Las referencias en la vida diaria, en la televisión y en el cine son múltiples. Gangnam Style inefablemente se convirtió en la canción más popular de la última década.
En 2019 formó su propia productora. Ese movimiento puede interpretarse de dos maneras diferentes. Alguien puede creer que aprovecha su fama, que aquello que él empujó, el K-Pop se convirtió en un estilo global y que él también quiere su parte del negocio, que él ya es una marca registrada y que no tiene por qué compartir con nadie los dividendos. Aunque también puede haberse independizado porque estaba enojado con sus managers. Estaba convencido de que no hacían lo suficiente para impulsarlo, para recuperar la corona, para repetir lo de Gangnam Style. De que si él no volvía a ser el rey del mundo era sólo a causa de la ineptitud o la desidia de los que lo rodeaban.
PSY lo sigue intentando, aunque todos sepamos, aún él mismo, que no lo logrará de nuevo. Nadie sabe cómo ocurrió. Esa especie de alquimia moderna que hace que algo se expanda por el mundo a una velocidad furiosa. La fórmula para que una canción (o una película, una serie, un libro) se imponga ni siquiera es secreta. Es desconocida. Eso mismo piensa PSY que cuando le preguntaron sobre el asunto, respondió: “Es el misterio más grande con el que me enfrenté. En Corea venía haciendo cosas parecidas durante los últimos años. La gente es la que hace el fenómeno y yo desconozco las razones”.
Si conociera ese secreto lo habría hecho de nuevo.
Su mayor logro, tal vez, sea que los chicos que no habían nacido cuando la canción apareció, se pongan a saltar y simular que cabalgan y enlazan mientras suena Gangnam Style. Eso nadie se lo va a poder quitar.