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Una semana llena de acontecimientos relevantes para el sector. En primer lugar, la consolidación de la tendencia alcista de los granos, en particular la soja, en el momento en que más se necesita. No solo para los productores, sino para el conjunto de la sociedad.
Vivimos un momento muy especial. No solo por la pandemia, porque había ya tendencias que venían de antes. Ahora que aparece la luz al final del túnel, (porque es un hecho que la vacuna está en las gateras, además de los avances consistentes en distintas alternativas de tratamiento), vale la pena ver dónde estamos parados.
Lo primero que se advierte es una profundización de la mirada ambiental en todos los actos de la actividad económica y social. La cuestión del cambio climático está en boca de todo el mundo, aunque todavía hay cenáculos negacionistas. Pero su adalid, Donald Trump, que había retirado a los EEUU del acuerdo de París, propinando un duro golpe a la búsqueda de un consenso macro para combatir el evento, cayó derrotado en las elecciones de su país.
Su sucesor, Joe Biden, volverá sobre esos pasos y es una de las razones para la fortaleza de los granos. Conviene recordar que uno de los términos fundamentales en la ecuación de los precios agrícolas es la utilización de granos para la elaboración de biocombustibles. En particular, el maíz, cuya transformación en etanol explica hoy el consumo de 140 millones de toneladas, el 40% de la cosecha y el doble que sus exportaciones. Felizmente, Trump no logró destruir esta industria, a pesar de los intentos del lobby refinador, que veía al corte con etanol como una amenaza. Saben que tiene una huella de carbono un 70% inferior a la del petróleo, y que la sociedad quiere otra cosa. Por algo la acción de Tesla multiplicó su precio por ocho en el último año, mientras las demás automotrices la corren de atrás lanzando sus propios autos eléctricos. Mientras tanto, la transición, y allí están el bioetanol, el biodiesel y el biogas.
Un informe del USDA indicó que había 10 millones menos de toneladas de maíz y los precios subieron un 20%. Imaginemos lo que pasaría si, a la inversa, ingresan al mercado 140 millones de toneladas. Chau maíz. Y como hay vasos comunicantes, si el maíz no vale nada, sucederá lo mismo con la soja. Así que mucha atención, que el nuevo mundo con la cuestión ambiental como eje está del “lado bueno”. Los necesitamos.
Lamentablemente, en la Argentina seguimos los pasos de Trump. El ex presidente Mauricio Macri pareció abrazar la causa de la bioenergía, pero claudicó, al igual que con el tema de las retenciones. Sus funcionarios llegaron al exabrupto de confundir el corte obligatorio con un subsidio, y todavía sostienen que nuestro país no puede hacer el mismo “esfuerzo” que Estados Unidos o la UE. Señores, los biocombustibles no juegan en la liga del petróleo. Son renovables, y su huella de carbono en la Argentina es aún más amigable que en el Primer Mundo. Por la siembra directa, los cultivos de cobertura, las rotaciones, el uso eficiente de fertilizantes, y todo lo que creamos en la Segunda Revolución de las Pampas.
El nuevo gobierno no revirtió la tendencia. Después de casi un año, aplicó un ajuste del 10% en el precio del biocombustible, cuando las empresas esperaban un 20. El panorama es dramático: la semana pasada había cerrado Bio4, la primera gran planta de etanol de maíz propiedad de un grupo de productores de Rio Cuarto. Y esta semana lo hizo Diazer de San Luis, de una familia emprendedora.
Las plantas de biodiesel están también paradas y las petroleras no cumplen con la obligación de corte. Un panorama desolador, que quita presión de demanda por los granos en las zonas de origen, y dejan al país sin uno de sus mejores argumentos ambientales: la sustitución de más del 10% de los combustibles fósiles por renovables.
Un tema para tomar en serio.