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«La presión elevada es más frecuente de lo que se cree y si no hacemos controles periódicos de nuestros valores de presión arterial, es muy difícil detectarla. Su presencia aumenta la posibilidad de presentar enfermedad coronaria, infarto agudo de miocardio, complicaciones renales o ACV de forma significativa», afirma Analia Aquieria, médica del Laboratorio de Hipertensión Arterial del Hospital de Clínicas, que advierte por una suba en el número de consultas vinculadas a la presión arterial elevada desde el inicio del período de aislamiento por la pandemia de coronavirus.
«Durante este tiempo de cuarentena, hemos visto un aumento marcado de las consultas de pacientes hipertensos que presentan registros elevados de su presión arterial. Esto se debe, en parte, a varios factores: el aumento en la ingesta de alimentos ultraprocesados con alto nivel de sodio, no cumpliendo la dieta hiposódica recomendada, la inactividad física, el estrés por la situación que vivimos, la imposibilidad de acceder a las recetas de medicamentos fácilmente y la dificultad de realizar la consulta presencial con su médico de cabecera», plantea Aquieria.
En Argentina, al menos uno de cada tres adultos tiene presión elevada y más de la mitad de los hipertensos no están bien controlados.
La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre contra las paredes de los vasos sanguíneos. Se mide en milímetros de mercurio (mm Hg) y se expresa con 2 números. La presión arterial, para la mayoría de las personas, debe estar por debajo de 140/90 mmHg. Hay ciertas situaciones que nos obligan a tener valores de presión arterial más bajos, como por ejemplo si tenemos enfermedades del corazón, del riñón, diabetes.
«Lo peligroso de esta situación es que la presión arterial alta o hipertensión suele no dar síntomas«, advierte la médica, quien subraya la importancia de que las personas conozcan sus valores de presión. En ese sentido, la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial (SAHA) lleva adelante una encuesta online para conocer los niveles de presión, en el marco de la campaña Conoce y Controla.
En diferentes edades a lo largo de la vida existen situaciones que aumentan el riesgo de hipertensión.
En la niñez y adolescencia el sobrepeso es el principal causal. En la adultez, la obesidad sumada a la inactividad física, mala alimentación, el exceso en el consumo del alcohol, el tabaquismo y la diabetes constituyen grupos de riesgo elevado. Por último, en los adultos mayores el envejecimiento y la rigidez arterial pueden ser causantes de hipertensión, aún en pacientes que han tenido presiones normales previamente.
«En 9 de cada 10 casos no hay un único agente causal sino que pueden estar involucrados mecanismos renales, endocrinos y vasculares entre otros, todo ello sobre la predisposición genética de la persona. Esto se conoce como hipertensión primaria y se diferencia de la hipertensión secundaria porque esta última es consecuencia de una afección determinada, por ejemplo desórdenes endocrinos, insuficiencia renal, apena de sueño o incluso tomas de fármacos o drogas», señala Aquieri.
Un estilo de vida antihipertensivo
Para evitar que las personas con factores de riesgo y antecedentes familiares sean futuros hipertensos, las recomendaciones son: incorporar la actividad física aeróbica regular; evitar el sobrepeso y la obesidad, especialmente de abdomen y tronco; mantener una alimentación saludable, rica en vegetales, frutas, granos integrales, pobre en harinas, grasas saturadas y sodio; no fumar (y evitar también el humo de segunda mano); reducir la ingesta de alcohol y no consumir drogas.
«Tenemos muchas formas, hoy en día, de estar en contacto con nuestros pacientes, a través de un llamado telefónico, mensaje de texto, telemedicina, que nos permiten enseñarle a ellos, la forma correcta de hacer un monitoreo domiciliario de presión arterial, según esos resultados, sabremos si debemos hacer un ajuste de la medicación o debemos continuar con el mismo tratamiento antihipertensivo», afirma la médica, quien añade que esas simples herramientas ayudan a «mantener controlada adecuadamente a una población de alto riesgo, sin exponerlos a que concurran a una institución hospitalaria para su chequeo».
Y concluye: «Estamos ante un enemigo silencioso, responsable de muchas muertes por año y productor de marcada discapacidad en la población general. Debemos realizar nuestro mayor esfuerzo para diagnosticar, tratar y controlar muy de cerca a nuestros pacientes. Sólo de esta manera, vamos a mejorar el impacto negativo que tiene sobre la salud».