Encontrar momentos de intimidad, de placer, de reencuentro, viene siendo un problema para las parejas. Las exigencias de la vida diaria son cada vez más fuertes, tanto por una realidad demandante como por la repercusión emocional que esta exigencia trae, la ansiedad.
Los factores externos más las presiones internas confluyen provocando estrés cotidiano sin darnos cuenta de que nos sobreadaptamos a esa situación.
En este contexto, la intimidad queda relegada esperando tiempos mejores. El sexo a las apuradas es una opción, lo cual lleva a prácticas repetitivas y la ilusión de recuperar el fuego en algún momento, las vacaciones es uno de ellos.
La expectativa de recupero sexual con la que cargamos las vacaciones no es la misma cuando regresamos. Nos proponemos seguir con la misma onda, pero todo queda en un “veremos cuando”.
Si bien las vacaciones crean un marco propicio para el sexo, algo deberíamos aprender de ellas para continuar así los días del año que nos quedan por delante.
Una de las primeras cosas es convencernos de que es posible generar un espacio para estar juntos, y esto no significa tener sexo, me refiero a hablar de la pareja, a expresar afecto, a establecer acuerdos para encontrarse, a usar el cuerpo para abrazar, acariciar, besar, a enviarse mensajes insinuantes, etc.
La sexualidad de la pareja se construye día a día con pequeños gestos, no con “el gran gesto” de acostarnos y tener sexo, sino con todas las acciones que al sumarse y confluir despiertan el deseo.
La idea de que el deseo debe ser espontáneo no ayuda. Creemos que el simple roce o las fantasías son suficientes para excitarnos; esto puede suceder en los amores adolescentes o en la sexualidad adulta joven o cuando comenzamos una nueva relación.
La convivencia no mata al amor ni al sexo, lo mata la creencia de que se sostiene solo, que por el hecho de estar juntos tiene la obligación de aparecer como un acto reflejo. Se dice comúnmente que “el sexo está en la cabeza” y es así.
El sexo no es una mera respuesta fisiológica, necesitamos de factores psicológicos que activen las fantasías, preparen la sensibilidad corporal y focalicen la atención en la estimulación erótica. Y para todo este proceso se requiere de intimidad, de acuerdos y dejar de lado las exigencias.
Estos meses de fiestas y vacaciones son los mejores para reactivar la vida sexual de la pareja. Algunos pondrán excusas: los chicos, los dilemas por el reparto de las fiestas, las vacaciones con los suegros, etc. Siempre es posible generar un tiempo para estar juntos y restablecer la comunicación corporal.
La vivencia de complicidad, de juego, de travesura, puede ayudar a cortar un poco con el ritual de las fiestas y con los demás: escaparse unos minutos en medio de la fiesta, insinuarse cosas a la mesa de Navidad, hacer un regalo sorpresa (solo se debe abrir a solas), usar el humor, estrenar lencería o un juguete sexual, etc., son algunas opciones de cambio.
* Walter Ghedin, (MN 74.794), es médico psiquiatra y sexólogo