Hace apenas tres años, a esta altura de agosto, el Frente de Todos disfrutaba su triunfo en las PASO y se preparaba para volver al poder. El resultado era explicado por el desgaste de la gestión macrista en medio de la crisis, pero todos los socios de la coalición ganadora coincidían en un punto: la imagen de “moderación” que había logrado afirmar la fórmula de poder invertido, un recurso de imagen con Alberto Fernández a la cabeza, Cristina Fernández de Kirchner como vice y Sergio Massa sumado a la unidad. No es la misma unidad que el oficialismo difunde en estas horas, basada en la defensa cerrada de CFK y en proceso discursivo y práctico de sectarización.
El esquema que había permitido triunfar al FdeT proyectaba batallas. Era difícil no advertirlo, estaba claro que había proyectos diferenciados. En rigor, el kirchnerismo, el PJ tradicional y otros espacios del peronismo no lo negaban. Exponían un cálculo antes que convicciones como garantía de convivencia: se resumía en aquello de que con CFK no alcanzaba, pero sin ella no se podía ganar. El deterioro posterior muestra un cuadro más grave y complejo.
Vale un recuento breve. Algo de esa tensión asomaba tempranamente cuando Alberto Fernández se manejaba como presidente virtual después del potente resultado de las primarias, que registraron 15 puntos de diferencia sobre Mauricio Macri (47 a 32). La integración del posible equipo de ministros era motivo de pulseadas, manejables en el marco de las celebraciones y los preparativos de la elección definitiva, que imaginaban aún más potente. El largo proceso fijado por la ley electoral no facilitó la campaña. Y la presidencial mostró una brecha menor (48 a 40).
Los festejos disimularon la lectura sobre el mensaje más equilibrado de la elección. Y los actos de esos días mostraron un primer escenario dominado por el kirchnerismo -con peso de los ganadores en la provincia de Buenos Aires- y una segunda demostración, con mayor presencia de gobernadores, jefes cegetistas y otras expresiones del peronismo más clásico. Era posible suponer que Alberto Fernández iba a intentar un desarrollo propio frente al espacio más estructurado y orgánico de CFK. No fue así.
Alberto Fernández no construyó poder interno, desconcertó largamente a posibles aliados y luego los vio tomando distancia. Y tampoco consolidó posiciones por afuera del oficialismo en su mejor momento, los inicios de la cuarentena luego convertida en agotadora repetición. En paralelo, la ex presidente fue escalando en sus embates sobre el equipo de ministros. Fue persistente y demoledora.
Ese proceso de esmerilamiento terminó por provocar la caída de Martín Guzmán. La crisis, agudizada, y la interna provocaron la increíble y breve gestión de Silvina Batakis. El temor frente al abismo allanó el camino para la llegada de Massa como ministro de tres áreas. Con todo, la unidad forzada por los crujidos de la economía -y su impacto social- alimentaba cualquier cosa en el oficialismo, menos entusiasmo. De hecho, CFK sigue en silencio mientras evalúa los costos del inocultable ajuste. Anoche, Máximo Kirchner se encargó de recordar sus cuestionamientos al acuerdo con el FMI.
CFK se reservó siempre así su capacidad de veto, mientras Massa adquiría protagonismo y Alberto Fernández quedaba relegado, en un muy alterado funcionamiento institucional. El pedido de condena a la ex presidente por la causa Vialidad cambió en velocidad y profundidad el estado de cosas en la interna. Borró cualquier rasgo de la imagen inicial del FdeT, o lo que quedaba. Y pegó sobre el recreado intento de mostrar contrapeso moderado, que se trasladó de Alberto Fernández, relegado, a Massa, en función de jefe del área económica.
En medios oficialistas, la reacción frente al caso Vialidad es evaluada, y en algunos casos exaltada, como un elemento oxigenante, porque colocaría al oficialismo en estado de movilización con una consiga única: la defensa de CFK. La ex presidente queda ratificada así en su liderazgo interno y eso se produce en un terreno especialmente sensible, el de las causas sonoras por denuncias de corrupción.
Sería, finalmente, la vuelta a una unidad cerrada en torno de CFK. Un proceso, a la vez, de sectarización. Repone con fuerza la apuesta a la grieta, coloca en una vereda al kirchnerismo como eje de la coalición de Gobierno y en la otra, a opositores, jueces, medios. No todos acompañan del mismo modo.
De entrada, se pronunció Alberto Fernández, con un insólito comunicado en nombre del Gobierno. Massa acompañó con una declaración. Antes ya venían lanzando una campaña La Cámpora y otras expresiones del kirchnerismo duro. Se añadieron adhesiones de legisladores, intendentes, algunos gobernadores. Y CFK buscó desde el inicio darle color peronista, empezando por la invocación a proscripciones y siguiendo con comunicados y reuniones del PJ, marca poco valorada en general por la ex presidente.
Existen diferentes niveles de compromiso. Hay, por debajo, cierta toma de distancia o menos entusiasmo de buena parte de los gobernadores del PJ, más allá de las formalidades. También, malestar en ámbitos de la CGT, tocada además por consecuencias directas del ajuste. Y cautelosos tiempos de los movimientos sociales oficialistas.
Entre los más entusiastas se anotan La Cámpora y otros espacios alineados con CFK, por el fortalecimiento de las posiciones de la ex presidente. También, algunos funcionarios que imaginan que todo esto le es útil al Gobierno por tres razones: galvaniza al oficialismo, le pone “épica” al discurso y corre el foco de la economía.
Es una lectura lineal y engañosa. El efecto de la crisis es percibido en la vida diaria, en primer lugar por el daño corrosivo de la inflación. Y la ofensiva a raíz de una causa judicial de la ex presidente -con actos, declaraciones, versiones de movilizaciones crecientes de aquí hasta que sea dictada sentencia- expone a un oficialismo ensimismado, lejos de los problemas y agotamiento de la sociedad.
No es el único problema. Las internas no han sido desmontadas. Alberto Fernández creyó ver una alternativa frente a la relegación sufrida en el poder. En esa línea, salió a descalificar a Diego Luciani y dejó su frase sobre Alberto Nisman: alarmante por la proyección presente y lamentable por su giro, que desconoce la cuestión de fondo en la muerte de Nisman, investigada por homicidio. El kirchnerismo mastica enojo porque cree que esa declaración -la oportunidad- corrió del foco a la ofensiva de respaldo a CFK.
Todo, además, constituye una cuestión con impacto externo, como seguramente Massa estará evaluando en estas horas. Prepara su primer viaje a Estados Unidos como ministro de Economía. La muerte de Nisman es un tema de peso. Y la “centralidad” en el manejo del poder suele ocupar un lugar destacado en la agenda de ese tipo de contactos. Ahora, además, con la batalla en el terreno judicial como cortinado de fondo.