(España-Argentina/2021)
Dirección: Gastón Duprat y Mariano Cohn
Guión: Andrés Duprat, Gastón Duprat y Mariano Cohn
Duración: 114 minutos
Intérpretes: Penélope Cruz, Antonio Banderas, Oscar Martínez, José Luis Gómez, Nagore Aranburu e Irene Escolar
Gastón Duprat y Mariano Cohn conforman una excepción en el panorama mayormente amable del cine de ficción argentino contemporáneo. Una excepcionalidad dada no necesariamente por la calidad de sus películas, sino por una apuesta constante por la incomodad generada por personajes que, de mínima, se erigen como criaturas despreciables y engreídas ocultas detrás de una fachada de civilidad y sofisticación culturosa. Así era el diseñador interpretado por Rafael Spregelburd en El hombre de al lado (2008), que veía en su flamante vecino (Daniel Araoz) cómo la barbarie asomaba por la ventana de la mansión platense construida por Le Corbusier donde vivía. También el escritor ganador del Nobel Daniel Mantovani (Oscar Martínez) en El ciudadano ilustre (2016), quien sentía su regreso al pueblo que lo vio nacer como un reencuentro con la animalidad más crasa de la había huido despavorido décadas atrás. Y así son los dos actores y la directora que encabezan la marquesina de la película cuya preproducción ocupa el centro narrativo de Competencia oficial, nueva colaboración de la dupla junto a su habitual guionista (y hermano de Gastón) Andrés Duprat.
Como en Televisión abierta, el recordado ciclo televisivo centrado en personas de a pie mostrando a cámara sus “talentos” y con el que los directores se abrieron camino en la industria audiovisual, la búsqueda de transcendencia funciona como la chispa que enciende la mecha del relato. En este caso, la de un empresario millonario español que, con 80 años recién cumplidos, empieza a pensar en qué quedará de él cuando ya no esté en este mundo. Dos ideas le surgen para dejar huella: financiar un puente que lleve su nombre y producir una película con el mejor equipo técnico y artístico disponible, cuestión de ganar cuanto premio se le ponga delante. Es así que se contacta con la directora Lola Cuevas (Penélope Cruz, con un pelo batido que de tan ochentoso podría ser el de Cyndi Lauper), quien a su vez convoca a dos reconocidísimos actores, aunque por motivos opuestos: si Félix Rivero (Antonio Banderas) hizo carrera en Hollywood y alega deberse a su público, Iván Torres (Oscar Martínez, elección que refuerza la filiación con El ciudadano ilustre) es uno de esos bichos de teatro que aun hoy, con largos años de carrera encima, siente que arte, cultura y espectáculo deben marchar sí o sí por carriles separados.
El choque, como es de esperar, será inevitable. Durante su primera mitad, Competencia oficial –filmada casi íntegramente en una única locación y con pocos actores en escena, dándole así una indudable tonalidad pandémica– hace de esa disfuncionalidad grupal un motivo cómico por momentos de notable eficacia. Como en la extensa escena en la que Iván y Félix, sentados a cara a cara, repiten las mismas líneas de guion –que versa sobre la tragedia de dos hermanos tan opuestos como quienes lo interpretan– con variaciones imperceptibles ante el pedido de Lola. O aquella en la que los actores confrontan sus diferentes metodologías de trabajo, con Félix alegando que no necesita imaginar nada por fuera del libro e Iván, obviamente, ideando un complejo mundo interior como pilar para su trabajo.
Todo indica que Duprat y Cohn entregarán una comedia sobre los entretelones del mundo de las industrias culturales en general y el cine en particular, una sátira meta discursiva donde los egos y, otra vez, la búsqueda de trascendencia ocupan roles fundamentales. Pero a medida que avance la historia, Cuevas y sus intérpretes empiezan a dejar que el Mr. Hyde que cada uno tiene adentro se apodere de sus actos, coqueteando así con un desprecio mutuo que impide cualquier atisbo de empatía hacia ellos y empujando la película del terreno de la corrosividad al de la misantropía. La acidez, entonces, deviene en un grotesco que arroja dardos cargados de veneno. El mismo veneno que convierte lo que toca en una fábula con olor a moraleja según la cual la humanidad no tiene chances de un destino positivo.